Los ríos colombianos también están llenos de acetaminofén
20 Jun 2018 - 1:47 PM
Pablo Correa
Investigadores detectaron 20
productos farmacéuticos en aguas de distintas regiones de Colombia. Una fuente
de contaminación oculta.
Hace unos cuarenta años surgió una
nueva preocupación entre científicos y ambientalistas: en los ecosistemas
acuáticos estaban apareciendo rastros de los principales compuestos
farmacéuticos consumidos por los ciudadanos. Los antibióticos eran los más frecuentes.
Aquello implicaba un peligro potencial. Los microorganimos presentes en el agua
podían desarrollar resistencia desencadenando futuras epidemias. Eso sin contar
los efectos de otros fármacos sobre la vida acuática.
Desde entonces el monitoreo de agua en
muchos países incluye productos farmacéuticos. Sin embargo, en Latinoamérica y,
específicamente en Colombia, es poca información la que existe sobre este
fenómeno. Para subsanar el vacío de datos, un grupo de investigadores
colombianos y españoles han comenzado a colaborar para medir el impacto del
problema.
En la revista Science of the Total Environment el grupo de
científicos la Universidad Jaume I (España), la Universidad Antonio Nariño
(Colombia), la Universidad de Antioquia y la Universidad de la Amazonia
(Florencia, Colombia) acaban de publicar el reporte de una investigación en la
que tomaron muestras de aguas residuales urbanas recolectadas en las plantas de
tratamiento de Bogotá y Medellín así como aguas residuales sin procesar del
Hospital de Tumaco y de la ciudad de Florencia. (Imagen de los lugares donde
los científicos tomaron muestras para su estudio).
Los resultados demuestran que Colombia,
como otros países, enfrenta un problema de contaminación que ha permanecido
oculto y puede estar teniendo efectos en la vida acuática. Las concentraciones
más altas (hasta 50 μg / L) detectadas por el grupo de investigadores
correspondieron al acetaminofen, pero varios antibióticos, como la
azitromicina, la ciprofloxacina y la norfloxacina, y los fármacos
antihipertensivos, como losartán y valsartán, estaban comúnmente presentes en
las aguas residuales afluentes en niveles superiores a 1 μg/L.
Otra conclusión interesante del
trabajo, en el que participaron siete investigadores colombianos, fue que las
plantas de tratamientos de agua residuales parecen no estar eliminando de
manera eficiente los compuestos en estudio.
“El hecho de que las aguas residuales
sin tratar a veces se descargan directamente a las aguas superficiales (el caso
de Florencia y Tumaco), y la presencia de la mayoría de los productos
farmacéuticos investigados en las aguas residuales tratadas (Bogotá y
Medellín), pueden suponer un riesgo para el medio ambiente acuático, provocando
resistencia bacteriana, entre otros efectos”, anotaron en su investigación los
científicos. Se trata de un problema que, para ellos, plantea “una necesidad
urgente de implementar tratamientos eficientes que puedan eliminar los
productos farmacéuticos en las aguas residuales”.
LOS HAN
ENCONTRADO EN CUATRO CIUDADES
Los enemigos silenciosos de los ríos colombianos
17 Ago 2018 - 10:00
PM
Maria Paula Rubiano
Hay más de mil contaminantes en las
aguas del país, entre los que se encuentran fármacos y herbicidas.
Investigadores trabajan para entenderlos y eliminarlos.
Hace cuatro años, Dewayne Johnson, un
jardinero en San Francisco (Estados Unidos), fue diagnosticado con linfoma de
Hodgkin, un tipo de cáncer letal. Con la piel cubierta de llagas —uno de los
primeros síntomas de la enfermedad— decidió indagar por qué, a los 42 años,
caía sobre él una noticia semejante a una sentencia de muerte. Con sus médicos,
Johnson llegó a una conclusión que el pasado 11 de agosto fue avalada por un
juez de California: la culpa fue de los más de 150 litros del herbicida Roundup
que utilizó durante cuatro años como jardinero en un colegio de ese estado.
Aunque la sentencia es histórica,
Dewayne Johnson podría no ser el único afectado por esos 150 litros de
glifosato que regó sobre los jardines de un colegio californiano. El glifosato,
como los otros 20 tipos de herbicidas que cada día se riegan sobre los cultivos
del mundo, puede escabullirse por el suelo y mezclarse con el agua, quedándose
con ella así se evapore, se congele o caiga en forma de lluvia.
“Son silenciosos. El río parece normal.
Pero el problema llega con los años, cuando uno ve que entonces ya no tiene
peces, que los animales cercanos se fueron o se empezaron a morir”, dice el
profesor Ricardo Torres en su laboratorio en la Universidad de Antioquia, en
Medellín. Torres lleva una década tratando de entender cómo remover estos
compuestos, que no se limitan a los herbicidas. De hecho, estos son una pequeña
parte del problema.
Pero, ¿qué son?
Productos del cuidado personal,
hormonas para pollos, vacas y cerdos, analgésicos, antisépticos, antiinflamatorios,
aditivos en perfumes, cremas, lociones, maquillaje, y drogas ilegales hacen
parte del universo que los científicos han decidido bautizar como
“contaminantes emergentes”.
No tienen olor ni color y actúan a muy
bajas concentraciones, explica Torres. Las plantas de tratamiento de aguas
residuales actúan como un colador demasiado grande para atraparlos. Una
investigación, que su grupo adelantó en 2016, encontró que un tipo de
antibiótico pasó intacto por los lodos activados de una de las plantas de
tratamiento de agua de Medellín. Como en otros lugares del mundo, Torres
comprobó que los métodos tradicionales de limpieza de agua no sirven para estos
componentes.
Pero, por si fuera poco, las
concentraciones de estos químicos son tan pequeñas que se escurren entre las
letras de la legislación. En Colombia, la ley de vertimientos, que se modificó
en 2015, ni siquiera los nombra. “El problema es que en nuestro país las leyes
exigen limpiar en microgramos por litro, pero los compuestos que aparecen en el
agua en partes por trillón —como es el caso de los emergentes— no están
normalizados”, dice Diana Martínez, docente de la Universidad Antonio Nariño,
en donde el grupo de Biología Aplicada, Química de Materiales y Ambiental
también lleva varios años tratando de llenar ese hueco en la información que el
Estado no se ha preocupado por completar.
Fue precisamente su grupo el primero en
confirmar la presencia masiva de fármacos en un cuerpo de agua real del país.
Hasta entonces, había reportes sobre la presencia de plaguicidas o herbicidas
en quebradas de distintos municipios, pero jamás sobre medicamentos. Pero en
2013, aliados con la Universidad Jaime I (España), decidieron tomar muestras de
agua de 12 puntos de la cuenca del río Bogotá. Dos años más tarde publicaron el
primer artículo en reconocer la presencia masiva de 1.000 fármacos en el río
Bogotá, aun a la salida de la PTAR Salitre.
Mientras tanto, en Medellín, el
profesor Torres y su equipo, el Grupo de Investigación en Remediación Ambiental
y Biocatálisis (GIRAB,) avanzaban en el análisis de cómo eliminar los
contaminantes emergentes más comunes en aguas simuladas en el laboratorio. “Nos
tocaba medir en concentraciones más altas de las reales, porque es la única
forma de que podamos medirlas con nuestros equipos convencionales”, recuerda el
profesor.
Luego, cuando encontraron un par de
métodos seguros, empezaron a analizar mezclas de sustancias, un escenario más
cercano al coctel que son los ríos colombianos. Sin embargo, seguían sin poder
tomar las muestras reales.
En 2017 ambos grupos se encontraron y,
financiados por Colciencias, emprendieron la investigación más exhaustiva que
se haya hecho en el país para tratar de encontrar soluciones viables a la
contaminación por fármacos en las aguas. Alejandro Moncayo, de la Universidad
de Nariño, explica que el proyecto tiene tres fases: primero, identificar y
medir 20 productos médicos en las aguas de Florencia (Caquetá), Tumaco,
Medellín y Bogotá. Segundo, generar una propuesta de métodos para eliminarlos y
tercero, aplicar estos procesos propuestos en el tratamiento de muestras
reales.
En la primera etapa,
que salió publicada en la revista Science of the Total
Environment, los investigadores detectaron altas concentraciones de
acetaminofén, así como la presencia de antibióticos como azitromicina,
ciprofloxacina y norfloxacina, y los fármacos antihipertensivos, como losartán
y valsartán.
Ahora, en la segunda parte del
proyecto, explica Ricardo Torres, la idea es que estos nuevos métodos “sean
económicos y adaptables a nuestro contexto colombiano, porque no sirve un
método que funcione con aguas que no corresponden a nuestros ríos”. Su equipo
espera poner a prueba un piloto en las aguas hospitalarias de Tumaco,
utilizando zumo de naranja y limón y hierro extraído en el país. Por su parte,
los científicos de la UAN están implementando métodos de oxidación avanzada
para eliminar el losartán y valsartán del agua.
“Esto no se trata de criticar o hacer
quedar mal a las plantas que ya existen en el país. Esto se trata de
demostrarles que hay una oportunidad abierta para hacer un mejor trabajo, un
trabajo conjunto en el que todos salimos ganando”, concluye Torres.
*El Río es una alianza de The Nature
Conservancy y El Espectador.
UNA MIRADA AL
CUIDADO DE LA NATURALEZA
Las conveniencias políticas y económicas afectan el medio ambiente
8 May 2019 - 6:26 PM
Francisco Leal Buitrago / Especial para
El Espectador
Los intereses de poder enfrentados en
diversos contextos se decantan en una mayor degradación de la naturaleza, con
resultados negativos para la sobrevivencia de la humanidad, concluye este
análisis del sociólogo Francisco Leal sobre hechos recientes en el país.
Poco a poco, el tema del medio ambiente
—cuidado de la naturaleza— ha adquirido protagonismo en Colombia y el mundo
entero. Los escasos ambientalistas que difundían sus conocimientos en artículos
y columnas de opinión han aumentado significativamente. Quienes eran “acusados”
de ambientalistas extremos justificaron sus argumentos y nadie se atreve ahora
a descalificarlos. Sin embargo, no son pocos los que niegan la rápida
degradación que sufre hoy la naturaleza, entre ellos figuras importantes del
ámbito mundial, como el impredecible Trump, que llegó a la presidencia de la
primera potencia mundial mediante triquiñuelas aún no descifradas. Las
conveniencias políticas y económicas priman en los intereses personales.
En este diario, Juan Pablo Ruiz Soto, ambientalista
destacado, expresa sus ideas regularmente, al igual que Julio Carrizosa Umaña, iniciador en el
país de esta orientación. También hay columnistas y periodistas que inclinan
cada vez más sus intereses a favor del medio ambiente. El trasfondo de este
proceso muestra cada vez más su ángulo político; es decir, intereses de poder
enfrentados en diversos contextos. Entre ellos sobresalen los de orden
económico, que son los que engendran más efectos políticos visibles. Las
consecuencias perversas de estas luchas se decantan ahora en una mayor
degradación de la naturaleza y sus resultados negativos para la sobrevivencia
de la humanidad.
La tendencia mundial de acumulación de
capital, frente a la expansión de la pobreza y las desigualdades sociales de
gran parte de la población, se oculta con el aumento de megaciudades,
disminución de población en áreas rurales y menor peso relativo del valor de
las tierras en el absorbente capitalismo. Sin embargo, este relativo menor
valor disimula la creciente degradación de la naturaleza con monocultivos en
las mejores tierras, arrasamiento de bosques y selvas, y minerías en extensas
áreas de diversos territorios. Las promesas de los gobiernos de reducir
emisiones dañinas de gases para los años venideros están rezagadas frente al
calentamiento global. Además, el aumento vertiginoso de la población mundial,
centrado en familias pobres, se contrapone a los recursos naturales necesarios
para que la humanidad sobreviva. Y, por si fuera poco, los acuerdos
internacionales para reducir la contaminación del planeta —Protocolo de Kioto y
Acuerdo de París— son cuasifracasos frente a las amenazas por venir. Ante estos
desastres han surgido procesos de concientización en jóvenes mediante
movilizaciones, como la activista sueca Greta Thunberg, de 16 años, y sus lemas
“es tiempo de entrar en pánico” y “salvar nuestra casa común”.
Fúquene, un ejemplo histórico
En Colombia la situación es crítica por
ser quizás el país con mayor diversidad biogeográfica del mundo, en términos
relativos. Al respecto, vale la pena repasar parte de la crisis por la que
atraviesa. Un problema inicial casi desconocido, pues se originó a comienzos
del siglo XIX, en un país poco poblado, con un complejo territorio
regionalizado e incomunicado entre sí y con diversidad de dispersas fuentes
hídricas. El Gobierno inicial de un Estado embrionario planeó acabar con el
segundo lago más grande de Latinoamérica: Fúquene, que tenía más de 13.000
hectáreas y lo rodeaban extensas zonas inundables; contaba con centenares de
especies vegetales y animales. Luego, a mediados del siglo XIX, el Estado sin recursos
regaló cantidades de tierras a militares, entre ellas las que rodeaban a
Fúquene, ya disminuido. Hace más de setenta años, en las clases de geografía
que nos daban, esa tragedia se había olvidado. El tamaño de Fúquene
supuestamente era el de siempre. Solamente cuando volvió su degradación, en la
segunda mitad del siglo XX, se creyó que apenas comenzaba su desastre. Hoy,
potreros sobreexplotados con cultivos y ganado rodean una lagunita llena de
maleza, supuestamente bajo el control de la CAR Cundinamarca.
Aspecto destacado es la dinámica de
reproducción campesina, que estuvo centrada mucho tiempo en la ampliación de la
frontera agraria, en dispersos territorios del país, cubiertos de monte, bosque
y selva. El motor de esa dinámica fueron los terratenientes, que desplazaban a
los campesinos para que siguieran tumbando monte y, si acaso, les pagaban “las
mejoras” de sus minifundios. A mediados del siglo XX, la Violencia disparó el
desplazamiento campesino fuera de sus regiones, a pueblos y ciudades alimentadas
por el crecimiento de la población. Aumentaron las “haciendas”, ya no en las
mejores tierras —que no son muchas—, pues ya habían sido apropiadas por
empresarios para monocultivos y ganadería extensiva. Ejemplo destacado es el
Valle del Cauca con los azucareros. Luego vinieron los palmicultores, que se
expandieron en diferentes regiones. Ahora, las “haciendas” aumentan a costa de
tumbar selva y otras fechorías en regiones con escasa población.
La corrupción aporta lo suyo
Ejemplo de “terratenientes recursivos”
es el representante a la Cámara por el uribismo (CD) Gustavo Londoño García,
que con triquiñuelas jurídicas y empresariales regionales —dada la expansión de
la corrupción en Colombia— se apropió de cerca de 7.000 hectáreas de terrenos
baldíos (propiedad del Estado) en el Vichada. Al menos no fue a costa del
campesinado, pero sí de toda la ciudadanía del país. El “problema de tierras”
—nombre genérico del latifundismo a toda costa— ha sido el eje de la diversidad
de violencias que no cesan desde hace más de setenta años. De esta desidia
estatal hacen parte la falta de actualización catastral, las corruptelas
oficiales y privadas, como los anquilosados notariados y registro, con pocos
notarios honestos que sin embargo se enriquecen solo con la firma de
escrituras. Con grandes poblaciones marginadas, urbanas y rurales, Colombia es
hoy uno de los países más desiguales del planeta y con mayor población informal
que subsiste del “rebusque”.
La mencionada abundancia hídrica cuenta
con grandes riesgos y paradojas. Las plantaciones ilegales para producir
drogas, bajo el estímulo sin control de la creciente demanda gringa, el
extractivismo minero-energético que empobrece poblaciones a su alrededor, la
permanente deforestación, la agroindustria y el aumento de conflictos sociales
sin que el Estado pueda controlarlos perjudican las fuentes hídricas. La mayor
de estas amenazas está en el Macizo Colombiano, con casi cinco millones de
hectáreas en 89 municipios de siete departamentos y numerosos ecosistemas
naturales —incluidos páramos y nevados— con inmensas riquezas biológicas, es
fuente de arterias fluviales esenciales para el país. Los ríos Magdalena,
Cauca, Patía, Caquetá y Putumayo desembocan en los dos océanos de nuestros
litorales y en el río Amazonas, el más caudaloso del planeta. Pero la paradoja
hídrica del país son los recurrentes problemas de falta de agua de la ciudad de
Santa Marta y sus alrededores. Esa ciudad y otros municipios se ubican al pie
de la sierra de mayor altura y tamaño a orillas de un océano en el planeta y
que cuenta con numerosas fuentes hídricas. Además, colinda con la Ciénaga
Grande de Santa Marta, la mayor del país, en la que concesiones de agua en
manos de empresarios influyentes —como los bananeros— la han afectado de manera
significativa, además de sus poblaciones aledañas.
La Amazonia colombiana forma parte del
área selvática más grande del mundo, al punto que ha sido llamada el pulmón del
planeta. Con un tamaño del 40 % del territorio nacional, ha sufrido
degradaciones en zonas emblemáticas como Chiribiquete —de enorme biodiversidad
con respecto a su dimensión en la Amazonia—, con tala y quema de bosque para
ganadería extensiva, siembra de cultivos ilícitos, extracción de madera y
minería ilegal. Con un Estado políticamente débil, los gobiernos han sido
incapaces de controlar esta situación, así como también la de los casos
señalados, que avanzan en la destrucción de la naturaleza, pese a repetidas
acciones de ambientalistas y juristas, en un país de leguleyos, donde el gran
número de abogados se relaciona directamente con la enorme cantidad de pleitos.
El contraste es Japón, con pocos abogados por habitantes y escasos pleitos.
Un problema conocido son los organismos
públicos, en alianza con los privados, y su aporte a la degradación de la
naturaleza. El caso emblemático es sin duda la represa de Hidroituango, que
afectó al segundo río en importancia en la zona andina, la más poblada del
país, y a numerosas poblaciones que rodean sus vertientes, con actividades de
subsistencia como la pesca y la agricultura. Además de eventuales corruptelas
en los contratos —que son pan de cada día—, hubo fallas graves en estudio de
terrenos, diseños y construcción de estructuras. Hay que tener en cuenta que la
inmensa riqueza natural del territorio nacional tiene relación directa con su
vulnerabilidad geográfica y biológica. Las grandes obras, con costos
archimillonarios, producen daños mayúsculos, como lo planteado en este caso.
Pero también hay enormes fracasos, como la construcción del puente de Chirajara,
donde a sabiendas de la fragilidad del territorio se le añadieron errores de
construcción, en la vía quizá más inestable del país: la carretera
Bogotá-Villavicencio, con problemas permanentes desde que comenzó su
construcción, en la primera mitad del siglo XX.
Desarrollo, no progreso
Se podrían identificar muchos otros
casos que afectan el medio ambiente y degradan la naturaleza, con sus aristas
políticas que muestran los intereses de poder, pero basta señalar unos pocos
más. Numerosas industrias elaboran productos que contribuyen al “desarrollo”,
aunque sus productos aceleran la degradación del planeta. La destrucción del
hábitat de “seres insignificantes” con agroquímicos, sembradíos y deforestación
han afectado a insectos claves para la humanidad. Las abejas y su polinización
son quizás el peor de todos los casos, pues son uno de los seres vivos más
importantes. Han desaparecido alrededor del 80 %, además de otras especies
necesarias para la conservación de la vida. De más de 350 insectos, durante 35
años, un tercio de ellos han declinado y un cuarto han desaparecido. Además de
este caso especial, la temperatura media en el mundo tiende a aumentar en menos
tiempo, los desiertos se expanden, aumenta la acidez en los océanos y la
pérdida de arrecifes, aumentan los huracanes, disminuye el tamaño de nevados y
glaciales, el agua escasea cada vez más y tiende a convertirse en la principal
causa de guerras y conflictos.
El trasfondo de este contexto, que
afecta la sobrevivencia de la humanidad, es la decantación de una ambiciosa
ideología a favor de la acumulación de riquezas, que se ha apoderado del manejo
económico en muchas dimensiones y que pretende alcanzar un desarrollo ilimitado
como concepto genérico de prosperidad. Leyes, decretos y muchas normas
oficiales facilitan cada vez más el atesoramiento de capitales, a costa del
debilitamiento económico de gran parte de la población y el subsecuente aumento
de las desigualdades sociales. Un ejemplo visible de este proceso son las
grandes entidades bancarias, que no padecen los efectos negativos de las crisis
económicas que han afectado últimamente a buena parte de los países del
planeta.
*Parte de la información señalada
proviene de publicaciones en este diario.
**Miembro de La Paz Querida.
https://www.elespectador.com/noticias/nacional/las-conveniencias-politicas-y-economicas-afectan-el-medio-ambiente-articulo-854290
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